Acentos formativos
Sigo adelante con la tarea de compartir con todos vosotros algunas reflexiones relacionadas con las Claves de Vida que aprobó nuestro 48º Capítulo General, rescatando aquellos matices que las enriquecen y que las convierten en desafiantes para nosotros. Dedico esta salutatio al tema de la Formación Inicial, uno de los que fue más trabajado, tanto en las sesiones capitulares como en el proceso previo de reflexión y preparación.
Comienzo recordando el texto de la clave de vida que aprobamos: “Impulsar aquellas opciones y experiencias que hoy son más urgentes y necesarias para el desarrollo adecuado de nuestros procesos de Formación Inicial”. El sentido de esta redacción es muy evidente: la Formación Inicial está muy trabajada y reflexionada entre nosotros, disponemos de un Directorio completo y renovado (FEDE), pero van apareciendo nuevos retos que deben ser tenidos en cuenta. El Capítulo no volvió a decir todo lo que hay que decir sobre la Formación Inicial, sino que destacó y subrayó algunos aspectos concretos del proceso formativo. Por eso, la propuesta dice “opciones y experiencias que hoy son más necesarias”. Por lo tanto, no voy a dedicar la carta a exponer los núcleos esenciales de nuestra Formación Inicial, sino a subrayar algunas convicciones que el Capítulo General consideró importantes.
Voy a destacar solamente cinco de las varias que el Capítulo propuso, y voy a añadir dos más que yo veo especialmente significativas en este momento de la Orden. Obviamente, el tema queda abierto, como casi todos, para que podamos continuar nuestra reflexión en el seno de nuestras comunidades y provincias. Comienzo por las cinco que quiero destacar de las aprobadas por el Capítulo.
La “cultura misionera”. Me impresiona lo sintético de la expresión y lo profundo del contenido. El Capítulo pide que la Formación Inicial esté preñada de cultura misionera y que genere esa cultura en los jóvenes y, consiguientemente, en la Orden. “Cultura” se refiere a algo estable que orienta nuestro modo de vivir, trabajar y discernir. Esto es lo que se pide. Y “misionera” se refiere a la misión, en los tres sentidos en los que la Orden piensa cuando habla de “misión”, a saber:
- Vivir con entusiasmo la misión que nos ha sido encomendada y a la que hemos sido enviados, estemos donde estemos.
- Vivir la disponibilidad para asumir nuevos envíos en nuevos lugares de la Orden.
- Dedicar nuestra vocación a nuevas fundaciones o a una misión en contextos en los que todavía es muy frágil el anuncio de la fe, en dinámica “ad gentes”.
Será importante que en todas nuestras casas de formación y en el seno de nuestras demarcaciones nos planteemos qué podemos hacer para avanzar en esta cultura misionera. Sin duda, la experiencia de un tiempo de misión en lugares diferentes de la Orden, y el acento en una formación integral que incluye la experiencia educativa y pastoral adecuadas serán dos de las opciones más necesarias.
La “ecología integral” como una transversal formativa. La Iglesia, impulsada por el Papa Francisco, ha tomado clara conciencia de la importancia del trabajo por una ecología integral, desde la que todos podamos crecer y caminar desde un nuevo enfoque ecológico que transforme nuestra manera de habitar el mundo, nuestros estilos de vida, nuestra relación con los recursos de la tierra y, en general, nuestra forma de ver al ser humano y de vivir la vida. Se trata de impulsar, cotidianamente, una ecología humana integral, que involucra no solo las cuestiones ambientales sino a la persona en su totalidad, para que se vuelva capaz de escuchar el clamor de los pobres y de ser levadura para una nueva sociedad. El Capítulo nos pide introducir esta clave en nuestros procesos formativos, y nos llama a conectar decisivamente con esta llamada eclesial.
“Cultura de emprendimiento”. La insistencia capitular en el “cambio de cultura” es sumamente interesante y tiene que ver con algo que está muy en el fondo de nuestras preocupaciones. Podemos tratar de renovar nuestra “cultura de Orden” en aquellos aspectos que consideremos significativos. Para ello es necesario un fino discernimiento que nos ayude a orientar la dirección en la que queremos caminar. En este punto, el Capítulo nos dice que necesitamos que nuestros jóvenes sean emprendedores. Algo así debía pensar Calasanz cuando insistía en que “no hay que dar el hábito más a que personas que tengan alma de fundador”[1].
Creo que estamos ante una propuesta muy exigente para los formadores y las comunidades formativas. Queremos que nuestros jóvenes crezcan en autonomía, sean creativos, tengan experiencias de ir asumiendo poco a poco responsabilidades, tengan clara conciencia del tipo de escolapio que necesitamos. Nuestra Formación Inicial tiene que ofrecer y pedir a los jóvenes un claro crecimiento en su responsabilidad por la vida, los estudios, la misión, la Provincia y su propia vocación. Y esto tiene, en ocasiones, sus riesgos. Es mejor aprender de los errores que no tener la oportunidad de equivocarse porque todo me lo dan, hecho o decidido. La vida no se vive en una campana de cristal, sino en medio de un mundo en el que hay que saber luchar y esforzarse para ir adelante. Por eso, el Capítulo General propuso “educar en la libertad como condición de posibilidad del proceso formativo. Avanzar de la heteronomía a la autonomía, fomentando procesos de crecimiento personal y capacidad de interdependencia”[2].
Atención al “clericalismo y al abuso de poder”. El Capítulo General fue fuerte en este tema. Queremos una formación inicial que contribuya decisivamente a erradicar la tentación del clericalismo y las actitudes abusivas, que son normalmente consecuencias del mismo clericalismo. Tal vez la insistencia con la que aparece este tema tiene que ver con su carácter de “dinámica escondida” que tiene en ocasiones, porque puede ocurrir que no seamos del todo consciente de que podemos estar cayendo en estas patologías.
Pienso que estamos llamados a diseñar programas formativos que nos ayuden a comprender bien de qué estamos hablando, y que ofrezcan medios y dinámicas que permitan una reflexión comunitaria y un trabajo formativo certero y valiente. Celebro saber que son diversos los Junioratos que han organizado cursos formativos sobre todo esto. Esperamos buenos frutos de todo este esfuerzo.
En estos temas, como en casi todos, no hay que dar nada por supuesto. Ya Calasanz nos lo advirtió con claridad cuando dejó escrito en sus Constituciones que “las tendencias torcidas que anidan en el corazón del hombre, con dificultad se diagnostican y con dificultad mayor se desarraigan”[3]. Se trata de una frase célebre de Calasanz, que hemos leído y pensado muchas veces. Creo que estamos en un momento eclesial que nos ayuda a dar nombre a estas “tendencias torcidas” que hay que diagnosticar y desarraigar. Trabajemos en ello. El Secretariado General para el Escolapio que necesitamos tratará de abordar este asunto de manera sistémica en estos próximos años.
“Dominio de idiomas”. Nuestros jóvenes están avanzando mucho en el tema del manejo de idiomas, pero todavía es insuficiente. Nuestra Orden tiene cuatro idiomas oficiales, y quizá esto no es algo que debamos cambiar. Pero creo que sí debemos avanzar decidiendo que hay dos idiomas que todos los jóvenes escolapios deben dominar antes de finalizar su formación inicial. Trabajaremos este asunto en los ámbitos y equipos formativos, pero os avanzo la propuesta que haré en la Congregación General: que todos los jóvenes escolapios puedan comunicarse ágilmente en inglés y en español antes de sus votos solemnes. De este modo, tendremos bastante garantizado que, en nuestras Escuelas Pías, en un próximo futuro, podamos comunicarnos sin dificultad. Distinguir entre idiomas oficiales (4) e idiomas de uso (2) puede ser bastante iluminador.
Junto a estas cinco claves propuestas por nuestro Capítulo General, yo quiero añadir dos más que veo como especialmente decisivas en nuestros procesos formativos. Estoy hablando de la transparencia y de la conciencia de proceso. Dejaré para otra carta un tercer aspecto que considero esencial: el acompañamiento de los formadores, acompañar al que acompaña.
La “transparencia de vida”. Me referí a ella en una reciente carta fraterna. Estoy convencido de que cuando un joven vive su proceso con transparencia, las posibilidades de que su camino vocacional sea fructífero son mucho mayores. Dicho de otro modo, si no hay transparencia, no hay posibilidad de proceso. La transparencia es llave de la autenticidad. Es una transparencia que tiene que ver con uno mismo, con nuestra experiencia de Dios y con el formador y los hermanos. Son tres preciosos ámbitos de transparencia que, cuando son vividos sinceramente, provocan una vivencia auténtica de la vocación.
- A la transparencia con uno mismo Calasanz le dio un nombre muy exigente: el conocimiento de sí mismo. Es un camino certero. Saber dar nombre a lo que vivo, sin autoengaños ni aplazamientos.
- La transparencia espiritual es la que nos ayuda a sentirnos libres y sinceros delante de Dios. La oración personal, en la que uno abre su alma al Señor, nos ayuda a andar en verdad. Nadie engaña a Dios.
- Y la transparencia suficiente con el formador y con los hermanos nos ayuda a dejarnos acompañar, a escuchar sugerencias y pistas de avance, a entrar en nosotros mismos con deseo sincero de crecer. Esta transparencia es algo que el formador debe saber trabajar, y debe ganarse poco a poco, promoviendo honestamente la confianza y rechazando las actitudes autoritarias que lo que hacen es provocar el silencio del joven.
La transparencia es una tarea permanente, exigente, valiente y honesta. El joven que la vive sinceramente, crece. El formador que la inspira y la respeta (las dos cosas son fundamentales e inseparables) es el formador que el joven valora y necesita. Es el camino.
La segunda clase que deseo proponer es “ser consciente del proceso”. La formación inicial es un proceso que debe ser vivido de modo consciente. Este es uno de los objetivos más importantes del acompañamiento formativo: ayudar al joven escolapio a vivir la formación inicial como un proceso real de crecimiento. Y esto sólo se puede hacer si vamos siendo capaces de dar nombre a las luchas, a los descubrimientos, a las opciones, a los movimientos interiores.
Un proceso formativo pasa por muchas fases diversas, sin excluir las crisis o las decepciones. Pero el trabajo interior que cada uno es capaz de hacer es lo que nos va haciendo conscientes de lo que somos. Esta “conciencia de proceso”, el hacerme consciente de los pasos que doy, de los avances y retrocesos, de los cambios y descubrimientos, del escolapio en el que me voy convirtiendo, es una tarea apasionante que nunca debe ser descuidada. Está profundamente relacionada con el “conocimiento de sí mismo” del que habla Calasanz. El Papa Francisco se refirió a este reto en una reciente audiencia general: “Conocerse a uno mismo no es difícil, pero es fatigoso: implica un paciente trabajo de excavación interior. Requiere la capacidad de detenerse, de “apagar el piloto automático”, para adquirir conciencia sobre nuestra forma de hacer, sobre los sentimientos que nos habitan, sobre los pensamientos recurrentes que nos condicionan, y a menudo sin darnos cuenta. La oración y el conocimiento de uno mismo consienten crecer en la libertad[4].”
Estas son algunas de las claves que pueden hacer posible el sueño del 48º Capítulo General sobe los jóvenes en formación: “un escolapio capaz de aprender a aprender, de modo que, a través del tiempo, se vertebre un escolapio abierto y apasionado por Jesucristo y su misión en el mundo[5]”.
Recibid un abrazo fraterno.
P. Pedro Aguado Sch.P.
Padre General
[1] San José de CALASANZ. Carta al P. Onofrio Conti, 1642 Opera Omnia vol. VIII, página 39.
[2] CONGREGACIÓN GENERAL. “Claves de Vida de la Orden”. Colección CUADERNOS, n. 69. Publicaciones ICCE, Madrid 2022.
[3] SAN JOSÉ DE CALASANZ. Constituciones de la Congregación Paulina n.16.
[4] Papa FRANCISCO. Audiencia general del 5 de octubre de 2022.
[5] CONGREGACIÓN GENERAL. 48º Capítulo General. Documento Capitular. Colección CUADERNOS n. 65, pág. 70. Publicaciones ICCE. Madrid 2022.
Tomado de: Scolopi.org