Así empieza el capítulo tercero de nuestras Constituciones, dedicado a la vida comunitaria escolapia. Y así empieza la segunda “clave de vida” de nuestro 48º Capítulo General, que propone “revitalizar nuestra vida comunitaria y cuidar de modo especial los aspectos centrales subrayados por nuestras Constituciones”.
Quisiera dedicar las próximas salutatios a compartir con todos vosotros algunos aspectos que considero especialmente significativos de nuestro Capítulo General, deseando de esta manera contribuir al proceso de acogida capitularen el que todos estamos metidos. Trataré de hacerlo desde una óptica muy concreta: cuáles son los puntos de atención que nuestro Capítulo nos propone en cada una de las áreas de nuestra vida y misión. Empecemos por la comunidad.
Trataré de organizar mi reflexión desde tres ópticas complementarias: algunos procesos transversales propuestos por el Capítulo, algunas opciones concretas de renovación y, entre ellas, algunas que pueden ser especialmente novedosas y exigentes. Vamos allá.
I-Las dinámicas transversales son muy valiosas. Son capaces de iluminar todas las áreas de nuestra vida, y ofrecen sugerencias de renovación en todas ellas. He elegido cuatro, que el Capítulo General subraya de modo especial en el ámbito de la Vida Comunitaria, pero que, por su propia naturaleza transversal, afectan y dinamizan todas y cada una de las Claves de Vida de las Escuelas Pías. Ciertamente hay unas cuantas más, pero las dejaremos para otro momento.
a. En primer lugar, quiero referirme al tema de los procesos, los itinerarios y los caminos de aprendizaje, que nuestro Capítulo denomina “aprender a aprender”. Pienso que estamos ante una llamada de atención muy significativa para nosotros, educadores. Sabemos que el desarrollo de las personas, la configuración de las opciones, las transformaciones y cambios, no ocurren de la noche a la mañana. Hace falta tiempo, pero tiempo “activo”, tiempo cuidado y pleno de sentido, un tiempo convertido en proceso, en itinerario y en dinámica de aprendizaje.
Nuestro Capítulo General nos invita a “optar por aprender a vivir en comunidad”, a través de procesos e itinerarios formativos que nos ayuden a ello. Incluso nos invita también a “desaprender”, porque puede haber entre nosotros dinámicas que no ayudan y que están consolidadas, y es bueno que las podamos identificar y redefinir.
b. En segundo lugar, me quiero referir a las Constituciones. Nuestro “texto fundamental” es citado en todas y cada una de nuestras Claves de Vida, y eso es algo muy significativo para nosotros. Cuando hablamos de la Vida Comunitaria, lo que dice el Capítulo es “renovar nuestra vida comunitaria y cuidar de modo especial los aspectos centrales subrayados por nuestras Constituciones”. Posiblemente estemos ante una tarea permanente, que debemos saber llevar delante de modo nuevo. ¿Qué nos piden las Constituciones, hoy de modo especial, ante el desafío de la renovación de nuestra vida comunitaria?
Sólo a título de ejemplo, me quiero fijar en el número 28, que dice que “aceptamos de corazón a los demás tal y como son, y les ayudamos activamente a madurar en sus aptitudes y a crecer en el amor”. Es interesante leer esta propuesta hoy, desde la óptica de nuestras comunidades interculturales, intergeneracionales e incluso intervocacionales[1]. Hay mucha tarea por delante.
c. Apunto una tercera consideración, relacionada con dos aprendizajes especialmente resaltados en el Capítulo: el acompañamiento y el discernimiento comunitario. Nuestro Capítulo nos desafía en dos áreas especialmente significativas, en las que creo que tenemos mucho que aprender y que reflexionar. Una es la capacidad que tienen nuestras comunidades de acompañar la vida y el proceso vocacional de los religiosos, y el deseo y apertura de los religiosos a ser realmente acompañados. Las dos cosas son un reto, porque ambas requieren transparencia, deseo de compartir, dedicación de tiempo y dinámicas comunitarias que lo posibiliten. Tengo para mí que más de un problema personal se hubiera resuelto bien -y a tiempo- si esta propuesta capitular fuera vivida de manera más real y frecuente entre nosotros.
El discernimiento comunitario es, sin duda, uno de los elementos más de fondo que tenemos que afrontar. Trataré de dedicar alguna carta fraterna a este tema. Por ahora, basta con resaltar el reto, como hizo el Capítulo, y hacerlo en los términos en los que lo tenemos que hacer: hemos de aprender.
En este tiempo de Pascua leemos los Hechos de los Apóstoles. En esos primeros momentos de la Iglesia, el discernimiento comunitario a la luz del Espíritu, para buscar el querer de Dios, fue lo que les ayudó a buscar respuestas nuevas ante las nuevas situaciones y a superar ataduras antiguas que no tenían sentido desde la experiencia fontal de la Pascua del Señor. Nosotros también nos encontramos en una situación nueva, y necesitamos procesos de discernimiento para encontrar las mejores opciones. Nuestro Capítulo General nos lo propone con insistencia.
d. La cuarta clave transversal que quiero destacar tiene un nombre muy concreto: la Eucaristía. Un Capítulo General que propone insistentemente que no hay más que un centro (Cristo el Señor) y que nos recuerda con claridad que el espacio privilegiado para vivir y compartir ese centro es la Eucaristía, no podía dejar de inspirarnos caminos para vivirlo con creciente autenticidad. Me basta con recordar esta afirmación capitular: “La celebración de la Eucaristía es para nosotros un itinerario de vida, incorporando en nuestro estilo de vida lo que celebramos ritualmente: acogida, perdón, escucha de la Palabra, ofrenda de nuestros dones, vida entregada, acción de gracias y envío en misión[2]”.
II-El Capítulo General propone algunas “opciones de renovación de nuestra Vida Comunitaria” bien concretas y exigentes. Voy a destacar algunas, tomadas todas ellas de las Líneas Generales de Acción aprobadas por la asamblea capitular. No busco desarrollarlas, sólo deseo ayudar a que nos acerquemos a ellas. Cito cuatro de ellas[3].
III-Hay algunas propuestas bastante nuevas, que pueden incluso sorprendernos. Es bueno acogerlas desde esta perspectiva. Tal vez alguna de ellas pueda ser una de esas “sorpresas del Espíritu”. Me centraré en cuatro.
Termino con una invitación. La comunidad es nuestra forma de vida, el espacio natural desde el que vivimos, crecemos, trabajamos y oramos. Es quizá uno de los testimonios que más necesitan y buscan los jóvenes de hoy. Y es también una de nuestras nostalgias, y así lo expresamos frecuentemente en nuestros capítulos y asambleas. Tal vez ha llegado el momento de dar pasos, tan humildes como convencidos, tan sencillos como certeros, para ir acercándonos al ideal que buscamos. Y el camino es, sin duda, a través de opciones, apuestas y riesgos. Vivámoslo con alegría.
Recibid un abrazo fraterno.
P. Pedro Aguado Sch. P.
Padre General
[1] 48CG. “Bajo la guía del Espíritu Santo”. Núcleo configurador “Al paso de Jesús”, n. 5.
[2] 48CG. “Bajo la guía del Espíritu Santo”. Núcleo configurador “Al paso de Jesús”, n.11.
[3] 48CG. “Bajo la guía del Espíritu Santo”. Clave de Vida sobre la Vida Comunitaria. Líneas de Acción.
[4] 48CG. “Bajo la guía del Espíritu Santo”. 7ª Clave de Vida: “Pastoral Vocacional”, 2ª tesis.
[5] 48CG. “Bajo la guía del Espíritu Santo”. 8ª Clave de Vida: “Formación Inicial”, 5ª Línea de Acción.
[6] 48CG. “Bajo la guía del Espíritu Santo”. 2ª Clave de Vida: Vida Comunitaria. Línea de Acción n.7
Tomado de: Scolopi.org
Unos días antes de salir de viaje hacia México para participar en el Capítulo General, viajé desde Roma a Génova para acompañar a un joven italiano, Elia Guerra, en su ordenación sacerdotal. El viaje de Roma a Génova en tren dura cinco horas, lo cual permite dedicar tiempo a muchas cosas; también a reflexionar.
En un momento concreto, busqué por internet el trayecto concreto del tren, colocando su número en el buscador. Y allí apareció, completa y detallada, la “hoja de ruta” del viaje: todas y cada una de las paradas, el tiempo de espera en cada lugar, la hora de salida de cada punto, y la hora de llegada del tren a su destino final, la estación de Génova.
Yo estaba preparando una reflexión sobre el acompañamiento de los religiosos adultos jóvenes, que pensaba presentar en el Capítulo General. Y el ejemplo de la “hoja de ruta” del tren me sirvió para hacerme consciente de que nuestra vida, la vida de cada uno de nosotros, y especialmente la vida de los jóvenes escolapios que se ordenan y afrontan sus primeros años de vida adulta no es, en absoluto, como el viaje de un tren. Dios no nos da una “hoja de ruta” en la que se detalla lo que vamos a vivir y cómo lo vamos a vivir. Todo lo contrario, nuestra vida es muy abierta, y en ella vivimos procesos muy diversos que, poco a poco, van configurando el escolapio que somos.
Nuestro desafío es precisamente éste: vivir un proceso en el que podamos crecer en fidelidad vocacional, en experiencia de vida, en discernimiento auténtico, en entrega generosa y en identidad escolapia plena. La “hoja de ruta” está muy abierta, y en ella emergen muchas opciones y posibilidades. Pero el reto es uno: caminar fielmente, día a día, para poder encarnar con el don vocacional recibido llevándolo, poco a poco, a su plenitud.
En este viaje hay una etapa especialmente decisiva, que es la de los religiosos adultos jóvenes. No es ningún secreto que éste es el ciclo vital que más me preocupa. Y la razón de mi preocupación es que estoy convencido de que en esos primeros años se juega buena parte del “éxito del viaje”. Por eso creo que es muy importante para nuestra Orden -y para el conjunto de la Vida Consagrada- acompañar de modo adecuado el proceso de estos religiosos, y hacerlo como lo que son: de modo adulto y maduro. Sólo así funcionará y sólo así podremos llevar adelante este acompañamiento.
Me gustaría ofrecer algunas pistas concretas para este formidable desafío: acompañar a los religiosos adultos jóvenes en su camino escolapio.
Comienzo por el objetivo central de esta etapa: que el joven religioso escolapio que está en sus primeros años de vida adulta se identifique con su identidad. Este es el objetivo: vivir lo que somos, para encarnarlo con creciente autenticidad. Y eso sólo funciona si vivimos cada día como si fuere el primero y el último día de nuestro camino. Me gusta recordar lo que decía el P. Arrupe, que fuera general de la Compañía de Jesús, a sus hermanos adultos jóvenes: “Enamórate. Nada puede importar más que encontrar a Dios. Es decir, enamorarse de Él de una manera definitiva y absoluta. Aquello de lo que te enamoras atrapa tu imaginación y acaba por ir dejando su huella en todo. Será lo que decida qué es lo que te saca de la cama en la mañana, qué haces de tus atardeceres, en qué empleas tus fines de semana, lo que lees, lo que conoces, lo que rompe tu corazón y lo que te sobrecoge de alegría y gratitud. ¡Enamórate! ¡Permanece en el amor! Todo será de otra manera”.
Esta es la primera clave que hay que saber acompañar: el cuidado y la maduración de la pasión desde la que un joven hace sus votos solemnes y consagra su vida al único Señor. Hay que saber dar nombre al centro, a las razones por las que vives, al motor de tu día a día, a la gasolina que te hace vivir, al día a día que convierte tu rutina en sorpresa y tu quehacer diario en oportunidad. Este es el tema del que siempre hay que hablar, y la clave a la que tenemos que poder acercarnos -si el hermano así nos lo permite- para acompañar su proceso.
En segundo lugar, me gustaría citar tres ámbitos que son especialmente significativos y que hay que saber afrontar y acompañar. Me refiero a tres aspectos bien concretos, que expreso con la brevedad que exige una salutatio, pero que merecerían un desarrollo mucho más amplio. Creo que las claves del proceso son tres: la dirección hacia la que caminamos, los caminos que elegimos y la conciencia compartida desde la que los recorremos.
Pienso que las Escuelas Pías tendrán futuro si vivimos una honda y cuidada experiencia vocacional escolapia. La gran incongruencia en la Vida Religiosa es creer en Dios, querer dar la vida por los demás, renunciar a otros aspectos de la vida altamente positivos y sanos, y, con todo, no hacer de Dios y de las claves vocacionales el centro de nuestra vida. Y esto lo veo en demasiados lugares y de diversas formas. Hay que luchar contra ello. Este es el proceso. Somos hombres de Dios, de comunidad y de misión. Estas son las preguntas que nos tenemos que hacer, y esta la profundidad desde las que nos las debemos plantear.
En tercer lugar, quisiera proponer algunas actitudes que ayudan decisivamente en estos procesos, el personal y el del acompañamiento, y que es bueno potenciar. Me referiré -también- sólo a tres.
Finalmente, quisiera recordar que nuestro Capítulo General aprobó introducir en las Reglas un punto muy significativo: la necesidad de que en todas las Provincias se diseñe y organice el proceso propio de un acompañamiento integral de los religiosos que están en sus primeros años de su vida adulta. Estoy seguro de que a lo largo de estos próximos años vamos a aprender mucho de estos procesos tan importantes, que buscan que todos podamos crecer en autenticidad vocacional. Me gustaría apuntar algunos dinamismos que ayudarán a que este objetivo se cumpla bien y pueda dar frutos. Serán tres:
Estamos delante de un reto apasionante. Vivámoslo con la alegría y disponibilidad del que sabe que está tratando de cuidar su propia vocación, el mejor regalo que ha recibido de Dios, nuestro Padre.
Recibid un abrazo fraterno.
P. Pedro Aguado Sch. P.
Padre General
Tomado de: Scolopi.org
A lo largo de los próximos meses iremos recibiendo, poco a poco, diversas informaciones y materiales propios del Capítulo General de la Orden, recientemente celebrado en México. Quisiera dedicar esta carta fraterna a compartir con todos vosotros unas primeras impresiones, quizá a modo de “enumeración desordenada” de ideas, opciones y decisiones. Vamos allá.
El don esencial del Espíritu es Jesucristo. El Capítulo fue convocado desde un lema muy exigente e inspirador: “Bajo la guía del Espíritu Santo”. Nuestra asamblea nos planteó el reto con claridad y profetismo: somos llamados a caminar desde un único centro, Cristo Jesús, el Señor. Somos invitados a seguirle día a día, y a configurar nuestra vida desde Él, como un proceso permanente de identidad vocacional escolapia. Estamos profundamente agradecidos por ello, y deseamos llevar al conjunto de las Escuelas Pías una renovada llamada a ser testigos del Señor, esperando ser creíbles, porque lo que anunciamos lo vivimos con sencilla y creciente autenticidad.
Renovar nuestras apuestas calasancias. Nuestro Capítulo General subrayó con fuerza la importancia de seguir adelante desde unas Claves de Vida consolidadas, pero que exigen nuevas respuestas y ofrecen nuevos matices. Entre ellas: continuar construyendo las Escuelas Pías, que son un instrumento del Reino; cuidar la vivencia fiel de la vocación recibida, para poder llegar a ser los escolapios que los niños y jóvenes necesitan; alimentar nuestro envío en misión, para encarnar un ministerio que es cada vez más necesario, de modo que nuestro modo de servir a los niños y jóvenes crezca en identidad y en capacidad de nuevas respuestas; una Pastoral Vocacional basada en la oración, en el testimonio, y en el compromiso crecientemente activo para proponer, acompañar y acoger; una Formación Inicial comprendida de modo integral, capaz de acompañar todas las dimensiones de nuestra vocación; una Vida Comunitaria comprendida como seguimiento del Señor y testimonio humilde de su centralidad; una comprensión de nuestra vida como un proceso de creciente fidelidad, siendo ésta la clave de nuestra Formación Permanente: el proceso; una dinámica de Participación basada en la construcción compartida de una Comunidad Cristiana Escolapia en la que confluyan las diversas vocaciones, etc.
Transitar por sendas renovadas. Aparecieron nuevas Claves de Vida, portadoras de retos y desafíos, y que se convierten en llamadas que nos exigen nuevos pasos. Acogemos la llamada a la sinodalidadcomo un camino de escucha, acompañamiento, discernimiento y corresponsabilidad; percibimos nuestra creciente interculturalidad como un desafío de comunión desde la diversidad y de inculturación desde el Evangelio; asumimos el reto de la sostenibilidad integral de las Escuelas Pías, suplicando del Espíritu la misma paciencia y atrevimiento desde las que Calasanz las fundó.
Nos sentimos fuertemente enviados a la Misión. Comprendemos bien la visión de Calasanz, que desde una comprensión integral de la vida escolapia insistió en que el ejercicio del propio ministerio es camino de plenitud. Hemos recibido la desafiante llamada de caminar con los jóvenes para construir juntos caminos de evangelización para los niños, los jóvenes y las familias que viven entre nosotros. Asumimos que el impulso de la identidad calasancia de todas nuestras plataformas de misión debe ser siempre una tarea que impulsar, y siempre de modo compartido con todas las personas que son corresponsables de la misión escolapia. Y hemos reafirmado la llamada a la misión entre los pobres, desde unas Escuelas Pías en Salida y misioneras.
Una nueva “fotografía” de las Escuelas Pías: el Espíritu nos anima a mirar nuestra realidad de modo renovado. La “foto” era diferente: religiosos capitulares, el Consejo de la Fraternidad y los Jóvenes con los que caminamos y con los que compartimos profundamente la Misión. Es bueno comprender que esto es así porque el Espíritu nos ha convocado. Y acogemos la novedad de esta experiencia como un don que debemos cuidar y potenciar. Queremos que la Orden y la Fraternidad caminemos juntos en todas las dinámicas desde las que construimos el sueño de Calasanz. Queremos que los Jóvenes estén presentes en la vida real de las Escuelas Pías, y nos ayuden a no creer que ya hemos dado todas las respuestas que ellos necesitan. Queremos que las personas que comparten vocacionalmente la Misión Escolapia formen parte -real- de la nueva foto. Y queremos que esta sea nuestra manera de vivir y trabajar en todas nuestras presencias.
Algunas decisiones y cambios que se incorporan a nuestra legislación interna. Entre ellas: el desafío de la protección del menor y la lucha contra los abusos sexuales, de conciencia y de poder; la dignidad de la mujer; la lucha contra el clericalismo; el acompañamiento integral de los sacerdotes jóvenes; las claves de una Formación Inicial renovada; el desarrollo del modelo de Presencia Escolapia; el impulso del directorio de Participación; el valor de las comunidades compartidas entre religiosos y laicos; los ministerios escolapios; el desarrollo sistemático de la Pastoral Vocacional; la mayor agilidad y pluralidad en la configuración de las congregaciones provinciales; la importancia de la Comunicación, etc. Cada uno de estos cambios precisan de una adecuada presentación, sin duda; llegará el momento.
El Espíritu nos ha dejado también inquietudes que debemos tratar de responder. Queremos que nos inquiete la opción por los pobres, que fue lo que impulsó a Calasanz a engendrar la Orden; queremos que el desafío de una vivencia escolapia auténtica, tejida de oración, trabajo y comunidad, esté siempre presente en nuestros esfuerzos; queremos que nuestra lucha contra el clericalismo y la mundanidad sean reales y comprometidas; queremos que las Escuelas Pías estén plenas de cuidado por el menor y por el vulnerable, y siempre del lado de quien sufre; queremos que las llamadas que recibimos desde nuestra Iglesia resuenen como invitaciones a la conversión y al compromiso; queremos, en definitiva, vivir la vocación recibida como ofrenda al Dios de las llamadas.
Caminar con los y las jóvenes: El Capítulo nos invita a compartir los sueños; construir juntos; acompañar en verdad; vivir nuestra fe en profunda apertura y comunión; impulsar con ellos nuevas misiones; hacer camino sinodal; dejar que Calasanz les y nos transforme, etc. El Capítulo nos invita a ello porque lo vivió y lo experimentó. Deseamos acoger los tres gritos pronunciados en el 48CG por el grupo de jóvenes, que afirmaron estas tres convicciones inspiradas en Calasanz y en la experiencia vivida: ser más misioneros; vivir las realidades de los jóvenes promoviendo su utopía y sus proyectos, discerniendo sus necesidades en un acompañamiento generoso; pensar de nuevo cómo vivimos el fondo de todo planteamiento pastoral: Jesucristo. Vivamos, de verdad, desde Cristo.
El Espíritu no se puede controlar. Podemos tratar de dar nombre a sus inspiraciones, pero aparecerán otras. Irán apareciendo en estos meses y años próximos, en los procesos de acogida del Capítulo, en los procesos de camino sinodal, en los procesos capitulares de las demarcaciones, en los encuentros fraternos, incluso, ojalá, en las reuniones de la Congregación General. Un Capítulo no es un evento aislado, sino un proceso de discernimiento y de vida.
Soy consciente de que cada una de estas opciones y decisiones necesita de una más amplia y certera presentación para poder ser bien comprendida y acogida en el seno de las Escuelas Pías. Algunas de ellas serán objeto de estudio en próximas salutatios. Por el momento, he querido ofreceros una presentación inicial, muy sintética, que pueda contribuir a dar comienzo al proceso de recepción del Capítulo, que ha de ser largo y activo. Con el fin de ayudar en ese proceso, me gustaría volver a expresar tres dinamismos que creo que ayudan en el proceso de acogida capitular:
Recibir el Capítulo desde una actitud central, desde una convicción que nos sitúa con claridad en el momento actual de la Orden. Y esa actitud no es otra que tratar de vivir y caminar desde la centralidad de Jesús en nuestra vida, nuestra misión y nuestras opciones. Sólo así podremos acoger este Capítulo como una invitación a “construir Escuelas Pías”. Este modo de situarnos nos ayuda a entendernos a nosotros mismos como personas corresponsablemente comprometidas en la construcción de una Orden más viva, más misionera, más fiel y capaz de nuevas respuestas. Esto nos compromete a todos. Invitamos a los jóvenes no a repetir nuestros modelos, sino a construir con nosotros aportando su sensibilidad. Proponemos una formación inicial buscadora de una vida consagrada más significativa, no de una sin horizontes. Trabajamos con y por los laicos no para que sean sólo nuestros colaboradores, sino para que construyan con nosotros, corresponsablemente, según su propia vocación. Todo ello nos ayuda a comprendernos a nosotros mismos como humildes trabajadores de esta mies fertilísima, que es de todos. Trabajamos por vocación.
Purificar nuestros riesgos y aprovechar nuestras oportunidades. Ante la recepción del Capítulo, todos tenemos riesgos y oportunidades. Los primeros deben ser superados, las segundas aprovechadas. Entre los primeros, cito algunos: la tentación de indiferencia (esto no va conmigo, no tiene que nada que ver con mi vida cotidiana y mis necesidades), la vulgarización (“más papeles, como siempre”), la simplificación (de los capítulos, lo que interesa son las elecciones, lo demás se queda en las estanterías), la manipulación (llevar el agua a nuestro molino, en lugar de pensar en lo que yo debo cambiar), el provincianismo (vamos a ver qué nos cabe de este Capítulo en nuestra Provincia, en vez de pensar a qué somos llamados, como Provincia, desde este Capítulo), la ignorancia (ni siquiera tomarme la molestia de leer, porque ya me lo sé todo y tengo otras cosas más importantes que hacer). Hay muchos ejemplos que podemos añadir, pero no es necesario hacerlo, pues lo esencial es ser conscientes de que todos tenemos riesgos en la acogida, porque normalmente las cosas se reciben según el recipiente, y eso no es fácil de evitar.
También tenemos oportunidades. Es bueno que las sepamos aprovechar. Como sencillas sugerencias, apunto algunas: enriquecer nuestra conciencia de Orden, tratando de entender lo que nos preocupa y ocupa, fortalecer y actualizar nuestra comprensión de algunos elementos centrales de nuestro carisma sobre los que podemos leer documentos bien interesantes, aceptar un pequeño movimiento de desinstalación vital pensando en qué puedo colaborar para que sean posibles los grandes desafíos comunes que tenemos como Escuelas Pías, organizar un buen plan de formaciónen la comunidad, trabajando algunos de los documentos capitulares o tener algún retiro de comunidad centrado en lo que puede significar para nosotros las decisiones del capítulo.
Vivir también este tiempo en dinámica de oración. Nuestras comunidades oraron intensamente antes y durante el Capítulo General, pidiendo al Señor que nuestra asamblea sexenal fuera una “oportunidad del Espíritu”. Pienso que no debemos dejar de hacerlo. Necesitamos situar la acogida del Capítulo en la vida de oración de nuestras comunidades y obras, así como en la nuestra personal. Poco a poco, como la luvia que empapa la tierra -si es constante-, nuestra oración nos irá transformando según el querer de Dios. Por eso, os recuerdo una de las peticiones que forman parte de la oración que se preparó para el Capítulo.
Ven, Espíritu Santo. Ayúdanos a contemplar la vida y el mundo con los ojos de Jesús. Haz de nosotros discípulos humildes y fieles del Señor, como María, nuestra Madre, y como Calasanz, nuestro fundador. Que, por su intercesión, el Capítulo General de nuestra Orden se acoja y se reciba para Gloria de Dios y Utilidad del Prójimo. AMÉN.
Termino esta carta fraterna con una sencilla historia vivida en el Capítulo, que creo que ilustra muy bien lo que quiero decir en esta carta. Durante el Capítulo tuvimos la oportunidad de escuchar muchos testimonios de los propios capitulares, que nos hablaban de proyectos de la Orden, de las nuevas presencias, etc. Uno de ellos fue del P. Roberto Dalusung, de Asia Pacífico. Sé que él me perdonará por citarle explícitamente. Roberto nos explicó el proyecto de Pastoral Vocacional Escolapia en Asia, sobre todo en países en los que no estamos presentes. Su presentación fue todo un testimonio vocacional, en el que se mezclaban muchos de los valores de los que hablamos en las sesiones de trabajo. Al escucharle pudimos ver lo que significa el amor por la Orden y por Calasanz, la fuerza de la oración, la audacia en la propuesta, la confianza serena en el Dios de las llamadas, el aprendizaje de la generosidad de los jóvenes, el trabajo por la construcción de las Escuelas Pías, la tesonera paciencia del que sabe que el dueño de los procesos es Otro, y muchas cosas más que están en el fondo del alma de cada escolapio. Tal vez por eso la ovación con la que se acogió su testimonio no terminaba nunca. ¡Gracias, Roberto!
Recibid un abrazo fraterno
P. Pedro Aguado Sch.P.
Padre General
Tomado de: Scolopi.org