En esa carta fraterna quiero compartir con vosotros algunas reflexiones en torno a lo que a mí me gusta llamar la “sinodalidad básica”, es decir, la vida de la pequeña comunidad escolapia en la que cada uno vivimos nuestra vocación. Creo que no podremos avanzar de modo creíble en la propuesta de la sinodalidad si no cuidamos de modo especial el pequeño “sínodo cotidiano” que vivimos en nuestras comunidades, a través de nuestra vida compartida, nuestras reuniones, nuestra oración, nuestro testimonio diario. Sigo creyendo que esta sinodalidad básica es condición para la posibilidad de la otra, la sinodalidad escolapia y eclesial.
Evidentemente, nuestra vida comunitaria tiene muchas dimensiones y claves muy diversas, que la convierten en el espacio integral desde el que cada uno de nosotros vivimos nuestra vocación, nuestro seguimiento del Señor. No voy a escribir sobre todo ello, sino que voy a centrarme especialmente en uno de los aspectos más importantes que, a mi juicio, debemos tratar de recuperar en nuestra Orden, y no es otro que el tema de la reunión de comunidad.
He utilizado conscientemente el verbo “recuperar”, y lo hago porque creo que tenemos que reconocer que en algunos lugares nuestras comunidades no se reúnen o lo hacen de una manera muy esporádica, sin ritmo ni planes, convirtiendo así la reunión en un hecho tendente a la irrelevancia. Pienso que tenemos que dar un giro fuerte a todo esto, apostando claramente por la reunión semanal de la comunidad religiosa, consistente y preparada.
Vamos a acercarnos a esta propuesta desde diversos puntos de vista. En primer lugar, me gustaría invitaros a repasar lo que nuestras Constituciones dicen de la reunión de comunidad. Es un asunto que se aborda, como sabéis, en los números 32, 134, 165 y 167. Es muy interesante hacernos conscientes de los dinamismos que nuestras Constituciones asocian a la “reunión de familia”. Son estos:
- El desarrollo de la acción común y de la responsabilidad compartida. Y para que esto funcione, deben ser preparadas con el esfuerzo y cooperación de todos (C134).
- El lugar de la reflexión de las cuestiones verdaderamente importantes (C165).
- El contexto en el que revisamos y proponemos mejoras para nuestra vida espiritual, calasancia y apostólica (C167).
- La construcción de auténtica comunidad (C32).
Siempre me han llamado la atención estos objetivos que nuestras Constituciones asocian a la reunión de comunidad. Ni más ni menos que estos: construir comunidades auténticas; el discernimiento de las grandes cuestiones; el desarrollo de la corresponsabilidad y de la acción común; nuestra capacidad de revisar lo que vivimos y de mejorarlo. Dicho de otro modo, no es posible una vida comunitaria escolapia digna de este nombre sin la reunión de comunidad adecuadamente preparada y sistemáticamente celebrada.
Preguntémonos, pensando en nuestra comunidad concreta, ¿cómo resuena todo esto en nuestra vida cotidiana escolapia?
Avanzando un poco más, me gustaría compartir con vosotros que, después de estos años de servicio a la Orden, he llegado a una cierta claridad sobre cuáles son los aspectos más importantes que debemos cuidar en todo lo relativo a nuestra vida de comunidad. Reduciéndolos al máximo y siendo consciente del riesgo de la simplificación -espero que me lo permitáis-, creo que son tres: la centralidad de Cristo en nuestra vida; el cuidado del proceso vocacional de los hermanos y el impulso de nuestra misión.
En torno a estos tres grandes aspectos, que se relacionan directamente con la consagración, la comunión y la misión, podemos y debemos situar todos los objetivos y todas las opciones que queramos llevar adelante para mejorar nuestra vida comunitaria. Y, por lo mismo, estos serían los tres grandes núcleos que debieran inspirar todas nuestras reuniones de comunidad, que debieran colocarse en “la mesa compartida” de nuestras casas, en nuestros encuentros fraternos. Nuestras comunidades no se reúnen “para tratar temas más o menos interesantes”, sino para cuidar la centralidad del Señor en nuestra vida, para acompañar el proceso vocacional de los hermanos y para llevar adelante la misión encomendada.
La imagen de la “mesa compartida”, de honda raigambre neotestamentaria, nos puede ayudar a profundizar en estos temas. En nuestras casas tenemos la “mesa de la Eucaristía”, la “mesa de la Palabra”, la “mesa del encuentro compartido”, etc. Todas ellas son expresiones de esta sinodalidad, y todas ellas sirven a las tres grandes opciones a las que me he referido más arriba. Todas ellas son imprescindibles en nuestra vida común, y todas ellas deben ser cuidadas con esmero y corresponsabilidad.
Voy a tratar de sugerir algunas pistas desde las que podemos avanzar en este cuidado de la “mesa compartida”, refiriéndome especialmente a los aspectos que considero que debemos revisar.
La celebración diaria de la Eucaristía comunitaria es central en nuestra vida escolapia. Sin ella, la comunidad pierde su centro. Es cierto que en bastantes comunidades es difícil que todos los religiosos estén presentes en la Eucaristía común, porque hay muchos otros compromisos celebrativos (parroquia, capellanías, iglesias, el colegio, la pastoral). Pero cuando esto ocurre, sería importante que al menos una vez a la semana toda la comunidad se reúna en torno a la mesa eucarística para compartir y celebrar el centro de la comunidad. No debiera haber ninguna comunidad que no hiciera este esfuerzo, y con una celebración especialmente cuidada.
La Palabra compartida desde una lectio divina comunitaria, como escuela de meditación y discernimiento desde la Palabra de Dios. Son pocas las comunidades que lo hacen, y aunque en bastantes casas de formación se lleva adelante esta dinámica, luego se pierde y se olvida. No es necesario que sea semanal, pero es necesario que sea.
El discernimiento comunitario sobre las cuestiones realmente importantes que nos afectan y que necesitan nuestra respuesta. Muchas veces hemos hablado de la necesidad que tenemos de aprender a discernir, a tomar decisiones desde un adecuado y cuidado discernimiento evangélico y calasancio. Podemos aprender poco a poco, podemos acercarnos hacia comunidades más abiertas y cuidadosas de su capacidad de discernimiento compartido, pero sólo si aceptamos que necesitamos aprender a hacerlo.
La puesta en común de vida, desde la que compartimos la propia historia, o alguna experiencia reciente, o nuestro trabajo y descubrimientos, o la revisión de la propia vida de la comunidad o de las responsabilidades de cada uno, etc. Hay muchas y diversas maneras desde las que se puede potenciar la “vida compartida”. Es cuestión de valorarlo. Este es uno de los aspectos más queridos por los jóvenes en formación y que más echan de menos cuando se incorporan a la vida de las comunidades de misión.
La formación, tan necesaria entre nosotros, y que nos ayuda a estar siempre “atentos” a la realidad y sus desafíos. No es posible una vida comunitaria en la que no reflexionemos, de modo compartido, sobre temas propios de la Orden, de la vida de la Iglesia, de la educación, de la pastoral, de la cultura, de la sociedad, etc. Recuperar -vuelvo a usar el mismo verbo- la comunidad como espacio formativo es muy importante para nosotros.
El acompañamiento de la misión. En la mayor parte de nuestras presencias las comunidades escolapias están asociadas a una misión. Es bueno que cuidemos la reflexión comunitaria sobre la misión a la que estamos entregados. Será un discernimiento cada vez más en clave de misión compartida y en clave de presencia escolapia, pero igualmente necesario para todos.
La colaboración en la presencia escolapia de la que formamos parte. Es una de las claves que poco a poco se va abriendo paso entre nosotros y que ofrece muchas vías de enriquecimiento para la comunidad, porque se basa en la relación, en la apertura, en la acogida, en la descentralización y en la búsqueda del impulso global de lo escolapio. Y esto es muy necesario para nuestras comunidades, para el desarrollo de la sinodalidad.
La fiesta y la alegría compartida. Eso es también sinodalidad. La celebración, el tiempo libre compartido, la acción de gracias por los hermanos, la acogida del que viene y la despedida del que parte a un nuevo destino, la celebración de las grandes referencias de la Orden, etc., todo ello también construye comunidad.
La conexión de la comunidad con la vida de la Provincia y de la Orden, a través de temas, encuentros, propuestas, documentos compartidos, búsquedas comunes, tareas encomendadas, etc. Necesitamos conectar la vida de las comunidades y la vida de la demarcación.
La elaboración y el desarrollo del proyecto comunitario, siempre en conexión con el proyecto de la presencia y con el proyecto de la Provincia, y desde la inspiración desde las “claves de vida de la Orden”. Este es el marco básico (no el único) desde el que vivimos y trabajamos desde proyectos, como venimos proclamando estos años en la mayor parte de nuestras reuniones.
Estas y otras dinámicas pueden inspirar y enriquecer el encuentro comunitario entre nosotros. No son todas, ni he pretendido una enumeración exhaustiva. Sólo he querido sugerir aspectos en los que creo que debemos detener nuestra atención, con el fin de que podamos dar nueva vida a nuestras comunidades religiosas escolapias.
Permitidme terminar haciendo una propuesta bien concreta: que todas nuestras comunidades se reúnan semanalmente en una “mesa compartida” desde la que puedan desarrollar buena parte de estos dinamismos propios de nuestra vida consagrada y que tanto nos ayudarían en los tres grandes desafíos que nos proponemos en cada una de nuestras casas: vivir desde la centralidad del Señor, acompañar el desarrollo de la vocación de cada uno e impulsar nuestra misión.
La recuperación del encuentro comunitario semanal será un buen paso en la línea propuesta por el Papa Francisco de caminar en dinámica sinodal, cuidando la comunión, la participación y la misión compartida. A ello quedamos invitados.
Recibid un abrazo fraterno.
P. Pedro Aguado Sch.P.
Padre General
[1] Mario, cardenal GRECH, Secretario General del Sínodo de los Obispos. Presentación de la XVI Asamblea General del Sínodo de los Obispos: “Por una Iglesia Sinodal: comunión, participación y misión”. Vaticano, 21 de mayo de 2021.