Experiencias formativas
Como todos sabéis, estoy llevando adelante una Visita General a la Formación Inicial en nuestra Orden, acompañado de los asistentes generales. Está siendo una visita muy rica, en la que estoy aprendiendo mucho del proceso formativo que viven nuestros jóvenes, un proceso claramente transformador. He pensado compartir algunos de estos aprendizajes con todos vosotros, a través de alguna salutatio. En esta primera he decidido fijarme en la etapa del Prenoviciado.
Trataré de dar nombre a varios de los procesos que viven los jóvenes que entran en nuestras casas de formación para tratar de discernir -y de vivir- la vocación escolapia que sienten haber recibido. Todos ellos son procesos reales, concretos, cuyos protagonistas son los jóvenes que están en nuestras comunidades. Expondré diez procesos de aprendizaje que he percibido -muchos de ellos en fase todavía inicial, como corresponde a la etapa- y en cada uno de ellos propondré una pregunta. Terminaré con una sencilla reflexión que pueda orientar nuestro caminar.
1-Hay una experiencia clara de llamada vocacional. No hay duda de esto. Es una experiencia extraordinaria escuchar a cada joven “dar nombre a la llamada recibida”. Y este es mi punto de partida: cada uno de ellos sabe expresar lo que significa para él que el Señor le ha llamado. Esa llamada está compuesta de oración, de confianza, de deseo de entrega, de experiencia escolapia, de comunión fraterna, de encuentro espiritual, de retiro profundo, de alegría cotidiana, de preguntas audaces, de lucha interior -y a veces también familiar-, de entusiasmo por una vida escolapia que valoran, de amor por María y Calasanz y, sobre todo, de una profunda experiencia de Cristo. Es una experiencia del Señor tan profunda que provoca en ellos, a una edad juvenil, dejar su propia casa e ir a la “tierra que yo te indicaré[1]”. La pregunta que quisiera que nos planteemos es ésta: ¿cómo podemos provocar y acompañar en nuestros jóvenes la experiencia de “llamada”?
2-Hay una imagen atractiva y progresivamente realista de la vida escolapia, configurada, sobre todo, a través de la experiencia de compartir la comunidad con religiosos escolapios. Los jóvenes saben “ver”. Es una mirada profunda. Saben admirar la entrega y dedicación, y saben también comprender las contradicciones y pequeñeces de nuestra vida. Les ayuda el ejemplo de trabajo y dedicación a la misión, y les cuestiona el hecho de que ese trabajo es enorme y no saben si ellos serán capaces de hacerlo. Les ayuda ver al escolapio orar con ellos, y les ayuda comprender que el cansancio no impide esa oración; muy al contrario, la pide con más apremio. Comprenden rápidamente el gran reto de todo religioso escolapio: el apasionado equilibrio con el que somos llamados a vivir las diversas dimensiones de nuestra vida. Y aprenden con facilidad que el equilibrio consiste en luchar por el equilibrio, y la pasión consiste en vivir día a día como el primer día. Son esponjas. ¿Qué tipo de vida escolapia necesitamos transmitir a nuestros jóvenes para que ese testimonio les ayude en sus búsquedas?
3-Aprenden que hay que aprender a orar. Recuerdo que uno de los jóvenes, en la entrevista personal, me dijo que es en el prenoviciado cuándo comprendió la petición de los discípulos a Jesús: Señor, enséñanos a orar (Lc 11,1), porque “es ahora cuando me he dado cuenta de lo mucho que necesito aprender a orar y de los mucho que estoy aprendiendo”. Ciertamente, nuestros jóvenes descubren aspectos completamente nuevos de su experiencia de oración. Se encuentran con la constancia de la oración comunitaria, experimentan el valor de la lectio, luchan con las dificultades para la meditación, disfrutan del aprendizaje de escribir cotidianamente su propia experiencia espiritual -algunos le llaman “cosecha”-, acogen como un don que les impresiona la Eucaristía de cada día, aprenden a dedicar su tiempo en contemplación del Señor, empiezan a percibir lo que significa el combate espiritual, etc. No demos por supuesto que ya sabemos orar; aprendamos de quien tiene clara conciencia de que necesita aprender. ¿Qué dinamismos de la vida espiritual deben ser mejor trabajados en nuestra propuesta educativa y pastoral?
4- Hay una enorme apertura al acompañamiento integral. Es quizá uno de los aspectos que más fuertemente he percibido al escuchar a nuestros jóvenes. Buscan honestamente ser acompañados, y tienen la experiencia de que la transparencia les ayuda mucho en sus búsquedas. Nuestros jóvenes tienen muy claro que su proceso de crecimiento necesita ser acompañado de manera integral, libre y profunda. Acompaña la comunidad, acompaña el formador, acompaña el grupo, acompaña la Provincia, acompañan personas concretas a las que se les pide esa mediación -en ocasiones profesional-, acompañan muchas personas que forman parte de la vida escolapia local. La clave de todo está, por un lado, en el deseo que el joven tiene de avanzar y en la creciente conciencia de los retos personales que tiene que saber abordar y, por otro, en la experiencia concreta de que el acompañamiento -especialmente el formativo-verdaderamente ayuda y sostiene. ¿En qué aspectos podemos y debemos prepararnos mejor para saber acompañar? ¿Cómo podemos aprovechar mejor el recientemente instituido ministerio escolapio del acompañamiento y la escucha?
5-Saber dar nombre a los retos es otra de las claves que he aprendido en estos meses, escuchando a nuestros jóvenes. Comparto algunos de esos retos -concretos- que me han confiado: tratar de no acomodarme, no tener miedo a un proceso de purificación, saber reconocer mis heridas y dejarme ayudar para sanarlas, aprender a mortificar mi voluntad, superar mi tendencia a “dejar las cosas para mañana”, desarraigar los dinamismos que no me ayudan, saber responder a mis responsabilidades, comprender que la comunidad también depende de mí, etc. Un proceso formativo debe ser desafiante, y nuestros jóvenes lo desean y lo esperan. No entran en nuestra Orden para vivir tranquilos, sino para esforzarse -como ellos mismos dicen- en ser crecientemente capaces de vivir la vocación. ¿Cómo podemos generar comunidades que cuiden del proceso de crecimiento de cada uno de los hermanos?
6-Algunas cualidades que ellos valoran y tratan de vivir. Percibo algunas que creo que son especialmente significativas para ellos: la docilidad que les hace adultos, la humildad que les ayuda a aspirar a más, la fidelidad que les permite buscar respuestas nuevas, la alegría que les facilita una vida exigente, la identidad que les permite estar cerca de los niños y jóvenes ofreciendo su aportación propia, el día a día que les permite hacer un camino de autenticidad, la autoconciencia enriquecida por un aprendizaje real de querer examinar la propia conciencia, etc. ¿Qué cualidades y dinamismos necesitamos cuidar en nuestros procesos pastorales y formativos?
7-El gran criterio: la coherencia. Pienso que nuestros jóvenes son tan conscientes de este reto como exigentes en su deseo de verlo en nosotros. Elijo el reto de la coherencia porque los veo con un deseo sincero de crecer en ella y con una nostalgia clara de verlo en sus mayores, en aquellos que Dios ha ido poniendo en su camino para acompañarlos en el día a día. La coherencia se aprende como tarea y se recibe como ejemplo. Y ambos dinamismos son necesarios. Es muy difícil que un joven pueda crecer -con ánimo y convicción- en este reto si no lo ve en sus mayores. Percibo diversos matices en la coherencia que buscan y que necesitan: saber combinar bien la vida espiritual con el trabajo; comprender el reto de vivir de modo contracultural; saber dar razón de sus convicciones; asumir las dificultades y trabas que la sociedad le va a ir poniendo; formarse bien para poder dar razón de sus convicciones; aprender a reconocer los fallos y equivocaciones y poner esfuerzo en superarlos; dar valor al día a día, comprendiendo que la vida cotidiana es el crisol de la autenticidad, etc. El deseo es claro, la necesidad de vivirlo también. ¿Cómo nos desafío el reto de ser testigos creíbles de lo que profesamos?
8-El horizonte: hacer de Cristo el centro de mi vida. Es emocionante escuchar a nuestros jóvenes su deseo de “que Cristo sea todo en mí” o “entregarle todo a Dios”. Es muy consolador escucharlos decir que su mayor deseo es poner su corazón en Dios. Sé que esta experiencia -sin duda fundante- es todavía inicial. Pero sin ella no es posible ser religioso. En más de una reunión de esta visita he tenido que cambiar mis planes y preguntas y “reducirlas” sólo a una: “¿qué significa para ti el reto de configurarte con Cristo?” Si he podido hacer esta pregunta es porque ellos la han provocado. Permitidme compartir algunas de sus respuestas: ir dejando lo que me separa de Él; tratar de buscar su voluntad; comprender que mis votos, cuando los haga, son una llamada a crecer cada día; ser un servidor; no creerme nunca mejor que nadie; ser como el publicano de la parábola; no renunciar por las dificultades; agradecer cada día la vocación, porque sólo si la agradezco la cuidaré; entender el camino de “abajarme”, pedirle a Cristo que me ayude a configurarme con Él; asumir que esta es una tarea para toda la vida, etc. Saber responder a esta pregunta, con humidad y sencillez, forma parte del camino. ¿Cuáles son las experiencias que más pueden ayudar a nuestros jóvenes a descubrir el papel central de Cristo en su vida? ¿Cómo las podemos potenciar?
9-Hay un noveno aprendizaje que quiero destacar. Lo podemos llamar “hambre de Calasanz”. Nuestros jóvenes prenovicios tienen una bella referencia en Calasanz, lo admiran y lo aman, les inspira. No hay duda para mí: Calasanz es fuente de inspiración en su proceso. Pero es también clara la necesidad de conocerle mejor, de profundizar en él. La apertura con la se sitúan delante del reto de “conocer mejor al fundador” me hace pensar que esta debiera ser una actitud permanente en los escolapios. Intuyo que, si nuestros jóvenes son capaces de mantener ese “hambre” durante su vida, crecerán con más claridad en su objetivo, que solemos formular así: “ser un nuevo Calasanz”. La claridad y entusiasmo con los que se identifican con este objetivo me anima a recordarnos a todos que este es el reto de todo escolapio y, de acuerdo con la propia vocación, de las diversas personas que descubren que su lugar en el mundo son las Escuelas Pías de Calasanz. ¿Cómo podemos presentar mejor a Calasanz en nuestros contextos escolapios?
10-Me quedo con diez aprendizajes. El último es fundamental para mí: el tiempo dedicado a los niños y jóvenes, y de modo especial a los más pobres. Nuestros prenovicios viven, con sana alegría y no pocas sorpresas, diversas experiencias propias de la misión escolapia. Son acompañantes del Movimiento Calasanz, dedican tiempo en los hogares de niños que llevamos adelante, participan de la Oración Continua, forman a los monaguillos, comparten su fe y su vida con sus compañeros y compañeras de los grupos de los que proceden, organizan campamentos de verano, se incorporan a las Misiones, participan de los procesos formativos de nuestros educadores que organiza la Provincia, etc. Y en todos ellos percibo una constante clara: los niños y jóvenes consolidan su vocación. Como siempre ha sido, el contacto con la razón de ser de las Escuelas Pías se convierte en la razón de ser de su vocación. La vida escolapia es fortalecida por los niños y jóvenes a los que nos dedicamos, y eso es así desde el minuto primero de la formación. ¿Cuáles son las experiencias de misión más provocativas de preguntas y de búsquedas en nuestros jóvenes?
Como decía más arriba, quiero terminar con una breve reflexión inspirada en estos aprendizajes y en los retos formativos que tenemos planteados.
Como sabéis, nuestro 48º Capítulo General aprobó un nuevo número de las Reglas (R162) centrado en la Formación Inicial. Recojo su contenido, porque creo que es importante que lo tengamos presente. “La Formación debe desarrollar en los candidatos la capacidad de ejercer su vocación futura de acompañar y servir según los criterios escolapios expresados en el currículo formativo: el espíritu de servicio desde los últimos, la sensibilidad por los pobres, la donación de sí mismos a la misión y a la comunidad, la disposición a educarse continuamente, la transparencia de vida, la disponibilidad a dejarse acompañar, la superación del clericalismo y el secularismo, la capacitación en la protección integral del menor, el trabajo en equipo”.
Escuchando a nuestros jóvenes, percibo una enorme sintonía con las preocupaciones formativas de la Orden. Los veo, en general, abiertos al proceso y deseosos de recorrer el camino que les proponemos. Lo que necesitan es que la propuesta sea seria, consistente y clara. Como decía uno de los formadores con los que he hablado en estos meses, “a ser escolapio se aprende siéndolo”.
Recibid un abrazo fraterno.
P. Pedro Aguado Sch.P.
Padre General
[1] Gen 12, 1