No se trata sólo de un “recuerdo de aniversario”. Es verdad que cuando nos acercamos al cuarto centenario de la redacción de las Constituciones de San José de Calasanz todos nos sentimos especialmente agradecidos a Dios por la paternidad de Calasanz sobre las Escuelas Pías y por la grandeza y sencillez de la vocación que él engendró en la Iglesia, la vocación escolapia. Es verdad también que surge en nosotros el deseo de conmemorar, de celebrar, de poner de manifiesto la bondad de Dios para con la Obra de Calasanz, que lleva ya cuatro siglos de camino y de historia de entrega a los niños y jóvenes. Es cierto que, en esta dinámica, nos gusta subrayar ideas o frases que nos llaman especialmente la atención y que queremos destacar, siendo la que nos ocupa –bajo la guía del Espíritu Santo– una de las más significativas.

Pero lo que queremos y necesitamos es mucho más. Lo que buscamos, soñamos y esperamos es que nuestro Capítulo General sea, en verdad, una ocasión del Espíritu, una oportunidad de escucha y acogida de sus inspiraciones, un espacio de discernimiento espiritual que nos ayude a marcar la dirección que la Orden debe seguir en los próximos años, en fidelidad al Evangelio, a Calasanz y a nuestra misión educativa y pastoral.

Escribo esta carta fraterna con el objetivo de contribuir a este precioso objetivo: que reflexionemos en profundidad sobre lo que significa celebrar un Capítulo General “bajo la guía del Espíritu Santo”.

Quisiera centrarme solamente en dos aspectos, con el fin de respetar no sólo el espacio, sino también el sentido de una Salutatio. Por un lado, quiero invitaros a acercaros a las claves desde las que Calasanz habla de la fidelidad al Espíritu. Y, por otro, quiero proponer algunas actitudes que nos pueden ayudar en esta apasionante tarea.

En primer lugar, creo que hay tres espacios especialmente importantes en los que Calasanz habla de la guía del Espíritu: la Iglesia, la Formación y la Oración. Hay muchas más, pero estas son especialmente claras y significativas para mí.

El Proemio de Calasanz (CC 1 y C4) comienza diciendo “Cum in Ecclesia Dei”. Desde el primer momento, Calasanz tiene claro que quiere vivir en la Iglesia, ser fiel a ella, y escuchar en ella la voz del Espíritu, que impulsa (tendant) y convoca (vocavit) a cooperar de modo diligente en la misión evangelizadora. Para Calasanz está muy claro: vivimos y somos “en la Iglesia de Dios”, y en ella y con ella discernimos, trabajamos, cooperamos y sentimos. ¿Qué significa esto para nosotros hoy? Sin duda, lo mismo que para Calasanz: fidelidad, pertenencia, compromiso, escucha, plegaria… ¡tantas cosas!

Necesitamos escuchar la voz de la Iglesia, que hoy nos llama a la centralidad de Jesucristo, a la preferencia por los pobres, la autenticidad de vida, la misericordia, el anuncio gozoso de la Buena Noticia, la pobreza y sencillez de vida, a la experiencia auténtica y firme de nuestro carisma específico, y al testimonio evangélico de la superación de la autoreferencialidad y el clericalismo. Escuchamos al Papa que nos llama “a ser, de verdad, expertos en comunión y a salir de nosotros mismos para ir con valentía a las periferias existenciales, y nos invita a un nuevo “Pentecostés de los Escolapios”. Acogemos los deseos de Francisco, que espera que la casa común de las Escuelas Pías se llene de Espíritu Santo, para que se cree en nosotros la comunión necesaria para llevar adelante con fuerza la misión propia de los Escolapios en el mundo, superando los miedos y barreras de todo tipo. Que sus personas, comunidades y obras pueden irradiar en todos los idiomas, lugares y culturas, la fuerza liberadora y salvadora del Evangelio. Que el Señor les ayude a tener siempre un espíritu misionero y disponibilidad para ponerse en camino[1]”.

Pienso que esta tiene que ser una de las claves desde las que nuestro Capítulo sea capaz de vivir “bajo la guía del Espíritu Santo”: escuchar la voz del Pueblo de Dios y tomar decisiones en profunda comunión eclesial. Vivimos en una Iglesia, que nos ayuda a poner la mirada en los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional; en una Iglesia que busca crecer en sinodalidad y en participación corresponsable; en una Iglesia que propone un nuevo Pacto Educativo Global; en una Iglesia que busca una educación desde una ecología integral. Formamos parte de una Iglesia que lucha en cada contexto por anunciar con claridad el mensaje del Evangelio, y por ser portadora de la caridad de Cristo por todos los hombres y mujeres.

En segundo lugar, me gusta contemplar a Calasanz hablando del Maestro de Novicios (CC23). Calasanz pide al formador que “interprete con fino discernimiento en cada novicio su tendencia profunda o la orientación del Espíritu Santo”. La tarea formativa es contemplada por Calasanz como un ejercicio de discernimiento continuo para descubrir y secundar las inspiraciones del Espíritu Santo en el propio corazón. Y si esto se puede decir de la formación de los novicios, podemos y debemos decirlo de toda la vida escolapia, en cualquier edad y momento vital.

Si vivimos abiertos al querer de Dios, tratando de encarnar la vocación con honesto y humilde deseo de autenticidad, la persona y la vida del escolapio se constituyen en espacio de manifestación de Dios, que impulsa desde el interior (internam propensionem) hacia la plenitud vocacional.

Es por esto por lo que nuestro Capítulo General dedicará un tiempo a reflexionar sobre “el escolapio que necesitamos” y las mediaciones desde las cuales podemos ayudarnos unos a otros a crecer. En esta tarea es clave la formación inicial, pero sobre todo es clave la vida escolapia vivida en creciente esfuerzo de autenticidad. Ahí también está en juego la apertura al Espíritu.

Un tercer espacio del que Calasanz habla explícitamente como ocasión del Espíritu es la oración, la meditación sosegada y serena de la Palabra de Dios, la vivencia sincera de la vida espiritual. Todos conocemos la preciosa expresión de Calasanz en la que -citando Juan 3, 8- afirma que “la voz de Dios es voz de espíritu que va y viene, toca el corazón y pasa; no se sabe de dónde venga o cuándo sople; de donde importa mucho estar siempre vigilante para que no venga improvisamente y pase sin fruto[2]”.

Me alegro profundamente de que el Capítulo General vaya a dedicar algo de su trabajo a entrar en lo que podríamos llamar el “modo calasancio de orar”, y nos pueda ofrecer algunas pistas para profundizar en aspectos propios de nuestra espiritualidad que en ocasiones podemos descuidar. En Calasanz, la oración es un espacio de escucha y docilidad a las indicaciones del Espíritu Santo, vinculada con el sosiego y el silencio interior, con la meditación y la contemplación del Señor.

Muchas veces he pensado que los escolapios desconocemos o descuidamos la profundidad de la espiritualidad calasancia, y en ocasiones acudimos a otras espiritualidades o devociones más o menos alejadas de nuestra propia identidad. Necesitamos entrar más a fondo en la herencia espiritual de Calasanz, y formar desde ella a nuestros jóvenes. A veces veo incluso en Casas de Formación ciertas maneras de orar que no responden a lo que hemos recibido como herencia, y bien consolidada, de nuestro propio patrimonio espiritual.

Sintetizo esta primera parte de mi reflexión compartida recordando su hilo conductor. Nos ayuda a entender lo que significa celebrar un Capítulo General bajo la guía del Espíritu Santo el acercarnos a los espacios privilegiados que Calasanz destaca como “ocasiones del Espíritu”. He querido destacar sobre todo tres: nuestra vivencia eclesial, nuestra formación y vida escolapia atenta al trabajo interior del Espíritu y nuestra experiencia espiritual y de oración. Sin duda, tres ámbitos que deberemos tener muy presentes en estos meses y en el próximo sexenio.

Quiero dedicar la segunda parte de mi carta fraterna a destacar dos actitudes que nos pueden ayudar en esta tarea tan apasionante de vivir bajo la guía del Espíritu Santo. Creo que nuestro Capítulo General nos hará un gran servicio si nos las propone y nos las recuerda a todos, y que nosotros haremos del Capítulo un buen espacio de discernimiento si las vivimos y las compartimos. Cada una de ellas daría para una muy amplia reflexión, pero creo que vale la pena decir algo de cada una.

Vivir la vida como un proceso espiritual. Nuestra vida suele estar llena de actividad, de trabajo y de diversas responsabilidades. Esto probablemente nunca cambie. Pero hay ciertos dinamismos que, sin “ahorrarnos trabajo”, nos ayudan a vivir de modo más consciente todo lo que hacemos, y a saber percibir la presencia de Dios en nuestra vida. Se trata de saber dar nombre a lo que vivimos; trabajar para ponerlo en manos de Dios; cuidar aquellas mediaciones que nos ayudan a vivir más centrados en la fe; trabajar nuestra libertad interior que nos ayuda a decidir desde el bien común y no desde nuestros planes personales; cuidar las diversas dimensiones de nuestra vocación siendo conscientes de nuestra fragilidad; buscar aquellas ayudas que nos puedan fortalecer; encontrar en la misión y en la comunidad apoyo y fortaleza; cuidar aquellos tiempos en los que podemos estar más dedicados al trabajo interior, valorándolos en su justa medida; vivir la vida cotidiana como clave de fidelidad, etc. En definitiva, de lo que se trata es de asumir que nuestra vocación necesita de un proceso espiritual cuidado y compartido. Espero que nuestro Capítulo nos ofrezca alguna palabra sobe todo esto.

Valorar la entrega a la misión. Para el escolapio, la entrega a los niños y jóvenes es la más genuina expresión del encuentro con Cristo. Desde el nacimiento de nuestra Orden, este “secreto calasancio” nos ha marcado profundamente: “Quien acoge a uno de estos pequeños en mi nombre, me acoge a Mí” (Mc 9, 37). Calasanz se refiere a este texto en su Proemio, y lo hizo carne propia toda su vida. Es bueno que nuestro Capítulo General, que tendrá bien presente el 400º aniversario del Memorial al cardenal Tonti, ofrezca orientaciones sobre nuestro insustituible ministerio. Es de gran ayuda leer en el Proemio de Calasanz que tendemos a la perfección de la caridad, bajo la guía del Espíritu Santo, mediante el ejercicio de nuestro propio ministerio (CC1, C4). Nuestra misión no es sólo un “trabajo”, sino el espacio privilegiado de encuentro con Cristo.

Tengo la experiencia de haber conversado con muchos jóvenes escolapios que inician su ministerio y tienen sus primeras experiencias como educadores y como sacerdotes. Es muy frecuente que me digan algo como esto: “es mucho más lo que me dan los niños a mí que lo que yo les doy a ellos” o “lo que me sostiene en mi vocación es el encuentro con los niños”. Durante la experiencia de la pandemia pude conversar con varios escolapios, todos ellos coincidentes en una nostalgia profunda: “me faltan los niños”. Nuestra misión, nuestra entrega diaria a los niños y jóvenes, es un elemento central de nuestra vivencia espiritual y de nuestra capacidad de vivir bajo la guía del Espíritu Santo.

Sigamos orando por los frutos de nuestro Capítulo General, para que todo sea para Gloria de Dios y Utilidad del Prójimo.

Recibid un abrazo fraterno.

P. Pedro Aguado Sch. P.
Padre General

[1] FRANCISCO. “Mensaje a las Escuelas Pías en el Año Jubilar Calasancio”. Noviembre de 2016
[2] San José de Calasanz. OPERA OMNIA. Capítulo 1, página 169. Carta de 23 de noviembre de 1622.

 
Tomado de: Scolopi.org

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