Tratad de comprender lo que el Señor quiere
Sobre este tema es sobre el que quiero compartir con vosotros esta sencilla reflexión, enmarcada en la propuesta que Pablo hace a los Efesios (Ef 5, 17) en la que sintetiza de modo muy claro el objetivo del discernimiento cristiano: tratar de comprender lo que el Señor quiere.
La primero que quiero decir es que necesitamos ser conscientes de la necesidad de abrir un proceso de reflexión sobre los dinamismos propios del discernimiento. No lo sabemos todo sobre este tema, ni todo lo que hacemos y decidimos lo llevamos adelante desde procesos bien cuidados y compartidos. Recuerdo que en una de las oportunidades en las que los miembros de la Unión de Superiores Generales pudimos encontramos con el Papa Francisco, éste nos recordó que el Sínodo de los Jóvenes era un Sínodo sobre los Jóvenes, la Fe y el Discernimiento Vocacional. Y añadió esta frase, que nos quedó muy clara: “quiero introducir el discernimiento con más fuerza en la vida de la Iglesia”[1]. Estamos ante una constatación fundamental del Papa, que también nosotros podemos y debemos asumir: necesitamos introducir el tema del discernimiento con más fuerza en la vida de las Escuelas Pías.
Son muchas las razones por las que creo que estamos ante una necesidad clave. Pero me voy a limitar solamente a citar tres.
Para explicitar la primera, me voy a inspirar en la narración contenida en el capítulo 15 del libro de los Hechos de los Apóstoles. La propuesta evangélica se iba abriendo paso en contextos desconocidos, y surgían muchas preguntas y desafíos. Los apóstoles no resolvieron con un decreto la discusión sobre la circuncisión, sino que escucharon la novedad que emergía desde esos “nuevos espacios de vida de fe”. Deliberaron, escucharon y, finalmente, decidieron que la comunidad tenía que abrirse a un nuevo modo de comprender, acoger y transmitir la plenitud de la salvación ofrecida por Dios en Cristo. Fue un profundo proceso de escucha del Espíritu Santo[2].
Hoy nos está pasando lo mismo. Estamos transitando por muchos terrenos nuevos, y emergen nuevos desafíos que afectan a las respuestas que debemos dar como escolapios a los niños y jóvenes de hoy, a las sociedades en las que nos encontramos, a las sensibilidades de los religiosos jóvenes que quieren dar lo mejor de sí mismos por unas Escuelas Pías mejores. Necesitamos procesos de discernimiento para crear nuevas estructuras, estilos comunitarios y opciones de misión.
La segunda razón en la que me quiero fijar para explicar la importancia del tema es la fuerte llamada eclesial y escolapia a la sinodalidad. No hay sinodalidad posible sin discernimiento comunitario. La sinodalidad se basa -y la provoca- en nuestra capacidad de discernir en común. Es por esta razón por la que creo que una de las tareas más necesarias que tenemos que emprender es la de aprender a discernir en común.
Hay una tercera razón que debemos considerar. No está de más un cierto esfuerzo de autocrítica ante algunas debilidades que vemos en nuestros propios procesos. Quizá puede ser bueno que, como hermanos, tratemos de dar nombre a esas debilidades. Yo puedo decir que cuando se dialoga con libertad y honestidad sobre estas nuestras debilidades relacionadas con nuestros procesos de discernimiento y toma de decisiones, somos muy capaces de reconocer aquellos aspectos en los que más debemos trabajar. Entre ellos: decidir sin suficiente dinámica de oración; confundir discernimiento con decisión; dificultad para provocar una escucha atenta de todos; intentos de influir irrespetuosamente en el modo de pensar de los demás; búsqueda de que mi idea o mi propuesta “triunfe”, sin entender que de lo que se trata es de encontrar una respuesta compartida; círculos de presión; deficiente respeto por la verdad; decidir o votar desde criterios ajenos al bien de la Orden como, por ejemplo, la amistad, la procedencia, la cultura, la edad o cualquier otro rasgo no central en el asunto sobre el que tenemos que decidir. Hablar, proponer, expresar mis ideas es siempre necesario, pero siempre desde un sincero deseo de diálogo, escucha y búsqueda compartida.
Estas tres razones: la novedad de los tiempos, la propuesta de la sinodalidad y nuestras propias necesidades de mejora, son más que suficientes para hacernos conscientes de que tenemos mucha tarea por delante. Mi deseo es sugerir algunas pistas de avance en todo lo relativo al discernimiento comunitario. Quisiera proponer cinco puntos de reflexión.
1-No hay discernimiento posible sin una creciente vida de oración, sin una cuidada espiritualidad, sin una disponibilidad para poder entrar a fondo en nuestra propia alma y descubrir en ella el querer de Dios. La hondura y la honestidad de la vida espiritual de cada uno de nosotros marca decisivamente nuestra capacidad de discernimiento, personal o comunitario. Lo expresa de manera certera la narración de la parábola del hijo pródigo, cuando se dice que “entrando dentro de sí” (Lc 15, 17), encontró la respuesta. Cuando el joven de la parábola decide entrar en su más profundo centro, descubre ahí lo único que no había podido malgastar: el amor incondicional de su padre, que había experimentado desde que era niño. No nos engañemos: la vida superficial lleva a discernimientos (si es que se puede utilizar esta palabra) superficiales. La vida espiritual cuidada nos acerca a la posibilidad de hacer las cosas bien. Y esta es una tarea que todos tenemos que plantearnos, del mismo modo que la Orden debe plantearse como nos puede ayudar.
2-El buen discernimiento necesita de su metodología. Esto daría para un libro, por eso simplemente me contento con mencionarlo. Me estoy refiriendo a cosas muy concretas, como estas: que haya claridad en la pregunta que debemos responder o en el tema que debemos decidir; que todos estén bien informados; que esté claro quién y cómo se toma la decisión (el superior, la comunidad, etc.); que haya espacio para la oración y el compartir comunitario, tanto de los frutos de la oración como de nuestras ideas; que estemos abiertos a las ayudas externas que podamos necesitar para profundizar en la reflexión, etc. Creo que para avanzar en la sinodalidad nos vendrían muy bien algunos encuentros de aprendizaje sobre los procesos de discernimiento.
3-Este es precisamente el tercer punto que quiero proponer. Lo podemos llamar “aprendizaje progresivo”. Es claro que, en algunas de nuestras comunidades y, quizá, en algunas de nuestras demarcaciones, tenemos no pocas deficiencias en todo lo relativo al discernimiento y toma de decisiones. Seguro que esto es verdad. Pero también lo es que todas pueden -podemos-aprender. Y el modo de aprender es caminando. Impulsemos el aprendizaje progresivo de las dinámicas propias de la sinodalidad y del discernimiento. Así, poco a poco, aprendiendo de los errores, podremos avanzar por sendas más abiertas a las inspiraciones del Espíritu Santo.
4-El fruto del discernimiento bien hecho es el “acuerdo de corazón”. Si lo hemos hecho bien, nunca debemos salir de un proceso de discernimiento y de toma de decisiones o de elecciones sintiendo que hemos perdido porque no ha salido lo que esperábamos. El discernimiento no busca aislar al diferente, sino integrar a todos para que todos podamos colaborar con gusto en lo que hemos decidido, aunque no todos estemos de acuerdo ni tengamos la misma opinión. No vivimos en comunidad ni nos reunimos para tomar decisiones porque todos pensemos lo mismo, sino porque todos deseamos profundamente escucharnos, orar juntos, buscar el querer de Dios y ponernos “manos a la obra” para llevar adelante la decisión elegida. Tenemos buenas experiencias en las que hemos tomado decisiones desde posiciones distintas, pero honestamente habladas, oradas y decididas.
5-Necesitamos hacernos las preguntas adecuadas. El discernimiento espiritual, apostólico o institucional, tanto en la dimensión personal como en la comunitaria, necesita “apertura de visión” para comprender dos cosas esenciales: que los temas sobre los que queramos trabajar sean de verdad significativos, y que nuestra comunidad sea capaz de detectarlos, de comprender los “signos de vida” que emergen y la “novedad de respuesta” que precisan. En estos meses en los que celebramos los capítulos locales y demarcacionales en el conjunto de las Escuelas Pías, esta “apertura de visión” es más necesaria todavía para tratar de acercarnos a las preguntas que verdaderamente deben ser objeto de nuestro discernimiento. Creo que hay preguntas comunes y preguntas específicas de las diversas situaciones en las que vivimos.
Pongo algunos ejemplos de preguntas que nos podemos hacer: ¿qué supone para nosotros la llamada a la sinodalidad? ¿de qué manera podemos impulsar auténticamente la misión compartida? ¿qué áreas debemos tener más en cuenta para que nuestros jóvenes en formación puedan crecer en una más clara identidad carismática? ¿cómo ver y potenciar las “oportunidades de vida” que sin duda emergen en todas las demarcaciones, también en aquellas que parecen tener más dificultades o en las que el sentimiento de desánimo puede estar más enraizado? ¿quién es el hermano al que creemos que en este momento le podemos pedir el servicio de superior, según nuestras Constituciones? ¿qué significa para nuestra Provincia “caminar con los jóvenes”? Evidentemente, podríamos seguir. Estamos ante un reto importante: demos a nuestros procesos capitulares la posibilidad de provocar novedad.
Termino esta carta fraterna con un apunte relacionado con el discernimiento espiritual que todos somos llamados a vivir. El discernimiento no es sólo una metodología, o un modo de afrontar problemas o preguntas. Es, sobre todo, una dimensión de la vida cristiana, una dimensión de nuestra fidelidad vocacional, que tiene que estar siempre presente en nuestra oración, en nuestra vida cotidiana, en el ejercicio de nuestra misión. En definitiva, en la vivencia crecientemente auténtica de nuestra vocación, en nuestra vida cotidiana. No vivimos en una “burbuja de tranquilidad” que nos pone las cosas fáciles. No es así la vida. Vivimos -y discernimos- en medio de nuestras búsquedas diarias, nuestras pequeñeces, nuestros propios pecados, nuestras debilidades y nuestros esfuerzos de fidelidad., Somos lo que somos, y desde esa nuestra realidad, vivimos y encarnamos nuestra fe y nuestra vocación. Desde ahí hemos de tratar de ser fieles, crecientemente fieles, a lo que Dios quiere de nosotros. Esa es la vida de cada uno de nosotros, de nuestras comunidades y de nuestras Escuelas Pías.
Si nunca lo habéis hecho, os invito a ver la película “De Dioses y hombres”, en la que contemplamos la historia de los monjes cistercienses de Tibhirine, mártires en aquella Argelia que tanto amaron. Es una historia de discernimiento espiritual bien realizado. Nos basta con leer el testimonio que dejó escrito el prior de la comunidad, Christian de Chergé, para darnos cuenta de que, efectivamente, todos ellos buscaron honestamente ser fieles a su propia vocación, en una situación bien compleja, a través de un honesto, sincero y, por qué no decirlo, difícil, proceso de discernimiento espiritual. No hace mucho tiempo que todos ellos fueron beatificados por el Papa Francisco.
Os agradezco la acogida de estas reflexiones, que concluyo con una invitación: no simplifiquemos la llamada a la sinodalidad. Muy al contrario, entremos a fondo en lo que el Espíritu Santo está pidiendo a la Iglesia.
Recibid un abrazo fraterno.
Pedro Aguado Sch.P.
Padre General
[1] Papa Francisco. Encuentro con la USG del 25 de noviembre de 2016.
[2] Hechos 15, 28: “Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros, no imponeros más cargas de las indispensables”.